miércoles, 6 de julio de 2016

Lección 186 De mí depende la salvación del mundo.UCDM

Lección 186
De mí depende la salvación del mundo.

Ésta es la afirmación que algún día habrá de erradicar de toda mente todo vestigio de arrogancia. Éste es el pensamiento de la verdadera humildad, que no te adjudica ninguna otra función, excepto la que se te ha encomendado. Dicho pensamiento supone tu aceptación del papel que te fue asignado, sin insistir en que se te asigne otro. No se detiene a considerar qué papel es el que es adecuado para ti. Tan sólo reconoce que la Voluntad de Dios se hace tanto en la tierra como en el Cielo. Une a todas las voluntades de la tierra en el plan celestial para la salvación del mundo, y les restituye la paz del Cielo.

No nos opongamos a nuestra función. No fuimos nosotros quienes la establecimos. No fue idea nuestra. Se nos han proporcionado los medios para llevarla a cabo perfectamente. Lo único que se nos pide es que aceptemos nuestro papel con genuina humildad, y que no neguemos con un aire de falsa arrogancia que somos dignos de él. Poseemos la fuerza necesaria para hacer lo que se nos pide llevar a cabo. Nuestras mentes están perfectamente capacitadas para desempeñar el papel que nos asignó Uno que nos conoce bien.

Mientras no entiendas su significado, puede que la idea de hoy te parezca muy ardua. Lo único que dice es que tu Padre te recuerda todavía y te ofrece la perfecta confianza que tiene en ti, Su Hijo. No te pide que seas diferente de como eres en modo alguno. ¿Qué otra cosa sino esto podría pedir la humildad? ¿Y qué otra cosa sino esto podría negar la arrogancia? Hoy no dejaremos de cumplir nuestro cometido con la engañosa excusa de que es un insulto a la modestia. Es el orgullo el que se niega a responder a la Llamada del Propio Dios.

Hoy dejaremos a un lado todo vestigio de falsa humildad para poder escuchar la Voz de Dios revelarnos lo que desea que hagamos. No pondremos en duda nuestra capacidad para llevar a cabo la función que Él nos ofrezca. Sólo estaremos seguros de que Él conoce nuestras fuerzas, nuestra sabiduría y nuestra santidad. Y si Él nos considera dignos, es que lo somos. Es sólo la arrogancia la que opina de otra manera.

Hay una manera, y sólo una, de liberarse del encarcelamiento al que te ha llevado tu plan de probar que lo falso es verdadero. Acepta en lugar de él el plan que tú no trazaste. No juzgues si eres o no merecedor de él. Si la Voz de Dios te asegura que la salvación necesita que tú desempeñes tu papel y que la totalidad depende de ti, ten por seguro que así es. Los arrogantes tienen que aferrarse a las palabras, temerosos de ir más allá de ellas y de experimentar lo que podría poner en entredicho su postura. Los humildes, en cambio, son libres para oír la Voz que les dice lo que son y lo que deben hacer.

La arrogancia forja una imagen de ti que no es real. Ésa es la imagen que se estremece y huye aterrorizada cuando la Voz que habla por Dios te asegura que posees la fuerza, la sabiduría y la santidad necesarias para ir más allá de toda imagen. Tú, a diferencia de la imagen de ti mismo, no eres débil. No eres ignorante ni impotente. El pecado no puede mancillar la verdad que mora en ti, ni la aflicción puede acercarse al santo hogar de Dios.

Esto es lo que te dice la Voz que habla por Dios. Y según Él te habla, la imagen se estremece e intenta atacar la amenaza que le resulta desconocida, al sentir que sus cimientos se derrumban. Abandónala. La salvación del mundo depende de ti, y no de ese pequeño montón de polvo. ¿Qué podría esa imagen decirle al santo Hijo de Dios? ¿Por qué tiene él que preocuparse por ella en absoluto?

Y así hallamos nuestra paz. Aceptaremos la función que Dios nos encomendó, pues toda ilusión descansa sobre la absurda creencia de que podemos inventar otra función para nosotros. Los papeles que nosotros mismos nos hemos auto-otorgado son inestables y parecen oscilar entre la aflicción y la dicha extática del amor y de amar. Podemos reír o llorar, recibir el día de buen grado o bien recibirlo con lágrimas. Nuestro propio ser parece cambiar según experimentamos múltiples cambios en nuestro estado de ánimo, y nuestras emociones nos remontan hacia lo alto o nos estrellan contra el suelo sumiéndonos en la desolación.

¿Es éste el Hijo de Dios? ¿Habría podido Él crear semejante inestabilidad y llamarla Su Hijo? Aquel que es inmutable comparte Sus atributos con Su creación. Ninguna de las imágenes que Su Hijo aparenta forjar afecta lo que él es. Dichas imágenes revolotean por su mente como hojas arrastradas por el viento, que forman diseños fugaces y se desbandan para volverse a agrupar hasta finalmente dispersarse. O como los espejismos que se ven en el desierto.

Estas imágenes insubstanciales desaparecerán y dejarán tu mente libre y serena cuando aceptes la función que se te ha encomendado. Las imágenes que fabricas sólo dan lugar a metas conflictivas, transitorias y vagas, inciertas y ambiguas. ¿Quién podría mantener un esfuerzo constante o poner todas sus energías y empeño en metas como éstas? Las funciones que el mundo tiene en gran estima son tan inciertas, que aún las más sólidas cambian por lo menos diez veces por hora. ¿Qué se puede esperar de metas como éstas?

Como bello contraste, tan seguro como el retorno del sol cada mañana para disipar la noche, tu verdadera función se perfila clara e inequívocamente. No hay duda acerca de su validez. Pues procede de Uno que no conoce el error y Cuya Voz está segura de Sus mensajes. Éstos nunca cambiarán ni estarán en conflicto. Todos ellos apuntan hacia un solo objetivo, el cual puedes alcanzar. Puede que tu plan sea imposible, pero el de Dios jamás puede fracasar porque Él es su Fuente.

Haz lo que la Voz de Dios te indique. Y si te pide que hagas algo que parece imposible, recuerda Quién es el que te lo pide y quién el que quiere negarse. Luego considera esto: ¿Quién de los dos es más probable que esté en lo cierto? ¿La Voz que habla por el Creador de todas las cosas y que las conoce exactamente como son o la distorsionada imagen de ti mismo, que es inconsistente y está confundida, perpleja e insegura de todo? No permitas que Su Voz te dirija. Oye en su lugar una Voz que es inequívoca y que te habla de la función que te encomendó tu Creador, Quien te recuerda y te exhorta a que te acuerdes de Él ahora.

Su dulce Voz llama desde lo conocido a lo que no conoce. Él quiere consolarte, aunque no conoce el pesar. Él quiere hacer una restitución, si bien goza de absoluta plenitud; Él quiere hacerte un regalo, si bien sabe que ya lo tienes todo. Él tiene Pensamientos que satisfacen cualquier necesidad que Su Hijo perciba, si bien Él no las ve. Pues el Amor sólo puede dar, y lo que se da en Su Nombre se manifiesta en la forma más útil posible en un mundo de formas.

Ésas son las formas que jamás pueden engañar, ya que proceden de la Amorfia Misma. El perdón es una forma terrenal de amor, que, como tal, no tiene forma en el Cielo. No obstante, lo que aquí se necesite, aquí se concederá. Valiéndote de esta forma puedes desempeñar tu función incluso aquí, si bien el amor significará mucho más para ti cuando se haya restaurado en ti el estado de amorfía. La salvación del mundo depende de ti que puedes perdonar. Ésa es tu función aquí.

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