Mía es la gloria de mi Padre.
No permitamos hoy que la verdad acerca de nosotros se oculte tras una falsa humildad. Por el contrario, sintámonos agradecidos por los regalos que nuestro Padre nos
ha hecho. ¿Sería posible acaso que pudiéramos advertir algún vestigio de pecado o de culpa en aquellos con quienes Él comparte Su gloria? ¿Y cómo podría ser que no nos contásemos entre ellos, cuando Él ama a Su Hijo para siempre y con perfecta constancia, sabiendo que es tal como Él lo creó?
Te damos gracias, Padre, por la luz que refulge por siempre en nosotros. Y la honramos porque Tú la compartes con nosotros. Somos uno, unidos en esa luz y uno Contigo, en paz con toda la creación y con nosotros mismos.
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